La Rosa de Auschwitz (La Liberación)

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(Imagen diseñada por mi en Canva)

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Hanna estaba sentada en la hierba en un prado, a su alrededor había cientos o tal vez miles de flores, que en ese momento Benjamin cortaba con delicadeza mientras le indicaba a ella como hacerlo.

—Hay que tener cuidado de no cortar demasiado los tallos —dijo.

Pero Hanna no podía prestarle demasiada atención porque a lo lejos podía escuchar el sonido de cañones estallando, gritos, marcha y tambores de guerra.

—Se acercan —dijo en un susurro mientras temblaba, mirando con asombro una columna de humo a lo lejos.

—Lo que se acerca es el fin de la guerra —dijo Benjamin con una sonrisa mientras le regalaba una rosa ya cortada.

—Mi cielo, temo por ti y por toda la familia, estoy harta de todo esto, quiero irme lejos de aquí.

—Ya estamos lejos y lo estaremos todavía más —dijo Benjamin con una sonrisa afable.

Hanna lo miró detenidamente mientras se acercaba para besarla, pero notó algo en él que no le agradó. Sus hermosos ojos avellana fueron tornándose azueles, su cabello castaño se fue volviendo rubio, y su hermosa sonrisa se hizo cada vez más siniestra. Ése no era Benjamin y ésa definitivamente no era su voz, sonaba fría y cargada de odio... era Dedrick...

Todo su entorno fue cambiando lentamente conforme Hanna salía de la alucinación, entonces se dio cuenta de que iba en la parte trasera de un auto en movimiento, y a su lado iba Bruno Bähr, no obstante no parecía que hubiesen salido del campo (o al menos eso creía) pues a cada lado del automóvil había personas, cientos de prisioneros marchando mientras los esbirros nazis les pinchaban los costados con fustas y bayonetas, entonces cayó en la cuenta de su situación.

—¡Maldita sea! No puedo creer que hayan acabado con diecisiete divisiones de las nuestras —dijo Dedrick en el asiento del conductor mientras tocaba la bocina del auto para que el gentío se apartara.

—Te lo dije —comentó Carl a su lado—. Van a hacer añicos a los que encuentren en el campo ¡Ve más de prisa! ¡Pásales por encima si es necesario!

Bruno Bähr sacó la cabeza por la ventanilla y gritó...

—¡Apártense de nuestro camino! ¡El Kommandant lleva prisa!

—No les será sencillo ingresar al campo, recuerda que tenemos nuestras defensas instaladas, las minas del bosque, los muros electrificados, las garitas de vigilancia y todo lo demás —respondió Dedrick.

—No hay suficientes hombres allá y lo sabes.... Por otra parte en este momento lo que más me preocupa es nuestro pellejo —dijo Carl.

—No dejaré que nos atrapen, al menos no con vida.

—¿Qué dices? —preguntó Carl.

—Josef Mengele me dio algo para Hanna y para mí... lo usaré si llegan a atraparnos.

—¿Algo que los ayudará a escapar? —preguntó Bruno desconcertado.

Hanna intentaba incorporarse, pero estaba tan mareada que no lo conseguía, se tocó el rostro y comprobó que tenía sangre saliendo de la nariz. Golpearla había sido la forma más infalible que Schneider había encontrado para dejarla totalmente indefensa.

—De cierta manera sí —respondió Schneider, pisando el acelerador al ver el camino ya despejado—, se trata de un par de capsulas de cianuro.

Carl y Bruno tragaron saliva con dificultad.

—¿De verdad te atreverías a..?

—Me atrevo a cualquier cosa, Carl, pero no seré jamás... un prisionero de esos malnacidos bolcheviques.

La mujer intentó incorporarse otra vez pero volvió a perder la consciencia...

Ella permaneció en ese estado por veinte minutos hasta que despertó de nuevo, tal vez su cerebro intentaba desconectarla del dolor que le producía el haber perdido a Benjamin... aún así todavía tenía un férreo objetivo, y era regresar a Auschwitz junto al resto de los Eisenberg y junto a él... no dejaría que mancillaran su cadáver... ¡Eso jamás!

—¡Detente! —dijo Hanna incorporándose al fin del asiento mientras se limpiaba la sangre de la nariz.

—¡Ya despertó!... —dijo Carl girando el rostro para mirar a Hanna.

Bruno también la miró, estaba tan concentrado en el camino para tratar de distinguir tropas enemigas, que no había notado que ella comenzaba a moverse.

Dedrick pisó el acelerador sin decir una sola palabra.

La mujer suspiró y miró a su alrededor, ya no había gente caminando en bandadas, las habían dejado atrás.

—¡Dije que te detengas! —volvió a exigir con los dientes apretados.

Hanna comenzó a desesperarse, no sabía que tan lejos estaban del campo de concentración, pero no quería seguir avanzando... no podía dejar atrás a Benjamin, entonces recordó el momento exacto del disparo y comenzó a llorar desesperada mientras gritaba improperios.

—¡Te odio, Schneider! Espero que te cuelguen o te hagan pedazos... ¡Maldito!.. Disfrutaré el momento en el que las tropas soviéticas te hagan pedazos.

—¡Nunca van a capturarme! —espetó él impertérrito, aunque con los ojos clavados en el retrovisor, atento a un auto que se acercaba, seguido de un convoy.

Trató de acelerar más, pero en cuanto el auto estuvo más cerca, se dio cuenta de que se trataba del doctor Josef Mengele junto a sus colegas.

El convoy detrás suyo estaba lleno de soldados nazis, ambos vehículos los adelantaron.

En ese momento se oyeron varias detonaciones a lo lejos.

—¡Maldita sea! Ya están en Oświęcim... tenemos que alejarnos lo más posible —dijo Carl—, ¿pero a dónde iremos?

—A Berlín, por supuesto...

—Pero.... ¿cómo saldremos de Polonia? Estoy seguro de que podríamos llegar a pasar por civiles, sometiendo a granjeros para hacernos con algo de ropa, pero... ¿qué haremos con ella? —dijo señalando a Hanna.

—Ese es mi problema.

—Tienes razón —dijo Carl, quitándose la gorra del uniforme antes de proceder a desabrocharse el cuello de la camisa. Su respiración era tan agitada que expelía vaho a cada rato—, tengo mis propias razones para preocuparme... también me gustaría llegar a Berlín porque allá están mis padres y también los tuyos, pero a estas alturas la ciudad debe estar rodeada por los aliados... recuerda los últimos reportes, el panorama no era nada alentador...

—¡Cállate! —gritó Schneider, harto de las nefastas conjeturas, pues desde luego él también estaba nervioso.

Hanna se dio cuenta de ello y también de que comenzaba a disminuir la velocidad del auto, quizá debido a que estaba concentrado en sus cavilaciones.

—Dedrick, más te valdrá deshacerte de ella, déjala aquí o mátala pero no podemos llevarla con nosotros, evidentemente nos delataría.

—Estoy de acuerdo con Carl, Herr Kommandant , llevarla con nosotros sería contraproducente porque es evidente que no quiere...

—¡Es que no pienso ir con ustedes a ningún lado! —espetó la muchacha con asco y sin pensarlo dos veces quitó el seguro de la puerta, la abrió y saltó fuera del auto.

—¡Cielos! —exclamó Bruno intentando detenerla, pero era demasiado tarde.

Dedrick pisó el freno tan abruptamente que Carl se golpeó la frente con el parabrisas.

—¿Qué demonios haces? —gritó mientras se frotaba con energía.

Hanna no tuvo tiempo de ver siquiera si se había lastimado, en el proceso intentó protegerse lo más que pudo, pero aún así le dolía el brazo derecho, aunque la nieve había amortiguado la caída. De cualquier manera se levantó tambaleándose al ver que Dedrick se bajaba del auto, entonces salió corriendo, internándose en el bosque.

—¡Maldita sea! ¡Hannaaa! ¡Hanaaaa! —gritó Schneider furibundo y desesperado—. ¿Por qué no la detuviste, Bruno?

—Lo intenté pero todo fue muy rápido, además se veía tan débil que... —respondió el tipo encogiéndose de hombros.

—La subestimamos —dijo Dedrick con un tono de amargura.

Un par de explosiones más se esparció por el ambiente.

—Es la artillería soviética sin lugar a dudas —dijo Bruno con nerviosismo—. Debimos haber traído a una unidad con nosotros.

Dedrick intentó salir corriendo detrás de Hanna, pero Bruno y Carl lo detuvieron a tiempo.

—¡Ni lo pienses! ¡Regresa al auto! —dijo Carl.

—¡Suéltenme! ¿Qué creen que hacen? ¡Son mis subordinados!... ¡Suéltenme ya!

—No ganaría nada con ir tras ella, Herr Kommandant —añadió Bruno forcejeando—, debemos alejarnos lo más rápido posible, por favor, regrese al auto.

—Acéptalo, Dedrcik ¡Ya no puedes hacer nada!

El hombre cerró los puños, llenó de impotencia...

—¡Hannaaaaaaaaaaaaa! ¡Morirás en el bosque, maldita! ¡Morirás al igual que lo hizo la rata de tu amante judío!

La voz del hombre llegó a los oídos de Hanna amortiguada por la distancia, pero ella no dejó de correr entre arboles y arbustos, algunas ramas le golpeaban el rostro, humedeciéndolo con la nieve de las hojas, pero aún así no se detuvo hasta perder el aliento. Estaba casi segura de que Bruno Bähr y Carl Friedman lograrían convencer a Dedrick de continuar el camino, pero ella no quería correr riesgos... no le temía a la capsula de cianuro que Dedrick pensaba darle en caso de que los capturaran, era la simple idea de permanecer un solo segundo a su lado la que la asqueaba y le daba fuerzas para alejarse de él a toda prisa.

—Ben —susurró sin aliento, deteniéndose finalmente junto a un abeto.

Al fin era libre pero ¿de qué le servía? No era así como había soñado salir de Auschwitz... en mala hora había ido en búsqueda de Benjamin... de no haberlo hecho, Dedrick no la hubiese encontrado con él, y por lo tanto su esposo seguiría con vida.

Hanna se dejó caer al suelo nevado drenando toda la ira, decepción y tristeza que sentía. Golpeaba el suelo en el paroxismo del dolor, como si con esa acción pudiera volver el tiempo atrás...

—¡Benjamin! ¡Benjamin! —lo llamaba con voz trémula mientras miraba los trozos blancos de cielo que se colaban por entre las ramas de los árboles—. Necesito llegar a tu lado para morir contigo...

La mujer se levantó entonces del suelo con dificultad, y al ver la sangre en la nieve volvió a tocarse el rostro, entonces se dio cuenta de que tenía un corte en la frente, pero no le importó... lo único que llamó su atención fue un recuerdo que le llegó en ese momento...

Bruno o Carl... no precisaba cual de ellos había mencionado que Berlín probablemente estaba cercada por las fuerzas aliadas...

—¡Mamá! ¡Papá! —exclamó la mujer con horror, tratando de buscar de nuevo la carretera para regresar a Auschwitz, aunque tomando la precaución de permanecer cerca de los árboles.

No sabía qué tan lejos podía estar, pero de todos modos lo intentaría. La cabeza le daba vueltas y el dolor del brazo se intensificaba, por lo tanto comprendió que como mínimo tenía un esguince, o algo así. No le dio importancia y continuó el avance, escuchando de vez en cuando un estallido a lo lejos...

Hanna avanzaba temblando de frío pero con decisión, no obstante cuando llevaba como media hora de caminata perdió las fuerzas y se desmayó...

Al despertar se dio cuenta de que estaba en una habitación, recostada en un sofá, rodeada de mujeres que, por su aspecto, parecían ser prisioneras...

—¿La chica despertó, doctora Herzog? —preguntó una de ellas, sosteniéndose el hombro que sangraba.

—Así es —respondió la mujer mientras le escrutaba el rostro a Hanna—, aunque tiene una contusión... está muy débil.

—Entonces ¿están seguras de que es la Rosa de Auschwitz? Solo miren su cabello ¿Cómo es que?...

—Desde luego que es ella.

—¿Cómo logró escapar del Comandante?

—¿Será que lo mató?

—¡No seas estúpida! Él iba armado y acompañado de sus esbirros.

—Denle un poco de espacio, por favor —dijo la prisionera que la examinaba—, y Ruth, ten cuidado con tu hombro, recuerda que estás herida también.

—Déjame ayudarla, yo estaré bien... nunca olvidaré que ella me obsequió unos antibióticos con los que pudimos apaciguar los embates de aquella epidemia en el barracón, ¿recuerdas?

—Muchas veces lo hizo...

—Sarah está mucho peor que yo... todo por causa de esa perra de Selma Wagner —se quejó la muchacha, mirando a su compañera descansar en un sillón con la mano en el abdomen donde tenía una herida.

—¿Dónde estoy? —preguntó Hanna desconcertada, mirando a su alrededor.

—¡Shh, Tranquila! No te impacientes. Soy la doctora Herzog, y ellas son enfermeras: Ruth, Elizabeth, Sarah, Hadassa y Eva, todas servíamos en uno de los hospitales judíos del campo —se presentó la mujer, hablando en alemán pero con un fuerte acento francés—. Debes permanecer tranquila, tienes un golpe en la cabeza y algunas contusiones en el cuerpo y el rostro.

—Debo volver a Auschwitz...

—¿Se ha vuelto loca? —preguntó Hadassa.

—Yo... debo regresar a buscar a mi esposo.

—¿El Comandante? —preguntó Eva.

Hanna negó enérgicamente con la cabeza y por lo tanto la sensación de mareo se incrementó.

—Esa bestia nazi no era mi esposo, sino mi verdugo. Estoy casada con un judío, como ustedes —dijo señalando la estrella de David cocida en el uniforme de las mujeres—, ese era mi único crimen.

—Pero todo el mundo pensaba que estaba casada con...

—Fue lo que él le dijo a todo el mundo, pero me trajo aquí en contra de mi voluntad. Mis padres están en Berlín y mi marido...

—¿Qué sucede? —preguntó la doctora.

—Schneider asesinó a mi esposo antes de salir del campo...

—Entonces intentabas regresar ahí por un cuerpo —dedujo Eva.

—Quiero estar a su lado... y también junto el resto de mi familia que dejé ahí, necesito volver...

—Está anocheciendo —dijo la doctora—, no podemos dejarte ir así—. Será mejor que vayamos arriba, a las habitaciones.

—¿Dónde estamos? —preguntó Hanna.

—No lo sabemos, es una casa abandonada —dijo Hadassa—. Encontré un poco de comida en la despensa, tal vez los dueños se fueron a las apuradas al saber que los soviéticos se acercan —concluyó señalando el retrato del Führer que colgaba de una de las paredes.

—¡Maldito! —exclamó Elizabeth, tomando el retrato enmarcado del líder nazi para arrojarlo contra el piso—. Por tu culpa perdí a mis padres.

—Iré por la comida —propuso Eva—. A pesar de que por ser enfermeras podíamos tener mejores raciones que los demás, la comida del campo no era muy nutritiva...

—Y eso que no tenías en el campo tanto tiempo como yo —respondió Elizabeth.

—Sí, vayan a buscar algo de comida, yo me encargaré de Ruth y Sarah —dijo la doctora.

—Comience por Sarah... ella está peor que yo —intervino Ruth.

—Déjeme ayudarla —propuso Hanna.

—¿Eres enfermera? —preguntó la doctora.

—No pero podría ayudar trayendo agua, o algo así... lo que sea que necesite.

—Entonces ve por lienzos, trozos de tela o lo que sea que sirva para hacer vendas, por favor, también necesitaré tijeras y en efecto, agua.

Hanna y Hadassa buscaron y solo encontraron las tijeras y el material necesario para hacer vendas, pero no había agua y mucho menos potable.

—Necesitaré algo con que desinfectar el material y... antibióticos —dijo la doctora con un tono preocupado—, me temo que tendremos que esperar hasta mañana para ver si en las casas vecinas hay algo que nos sirva, ahora está oscuro y muy helado allá afuera.

—No se preocupen demasiado por mi... perdí a toda mi familia, así que no me importa morir...

—Sarah, déjalo en manos de Dios —susurró la doctora acariciándole el rostro.

Comieron un poco y se fueron a acostar, intentaron encender una estufa antes pero les fue imposible, así que tuvieron que conformarse con cerrar muy bien las ventanas para evitar las corrientes de aire, y durmieron juntas en una misma habitación para darse más calor.

Hanna casi no pudo dormir aquella noche, su mente le daba un duro golpe a cada momento, recordándole el instante en el que vio caer a Benjamin al piso después del disparo de Schneider.

De vez en cuando se escuchaban ráfagas de disparos en la distancia, que ellas confundieron con las tropas soviéticas en batalla, pero que en realidad no se trataba de otra cosa más que de la procesión de miles de personas que iban en camino desde Auschwitz, en la que denominaron «La Marcha de la Muerte»

Multitudes de prisioneros avanzando, muchos en el ocaso de sus fuerzas, algunos caían abatidos por el cansancio, entonces los guardias nazis los remataban en el piso con las bayonetas, otros eran baleados solo por quedarse atrás... El frío les calaba los huesos pero afortunadamente en el centro de la marcha hacía más calor, y era precisamente allí donde se encontraba Judith, masticando de a ratos los trozos de pan que sacaba de su bolsillo. No sabía hacia donde se estaban dirigiendo, pero a esas alturas de su vida solo podía esperar la muerte, después de todo estaba convencida de que jamás encontraría a sus hijos o a Noah...

Lejos estaba de saber que la mañana del día siguiente, cuando todos despertaran después del descanso que tuvieron desde la madrugada, se darían cuenta con gran asombro de que no había un solo guardia nazi con ellos porque decidieron huir, abandonándolos, al menos ese bloque de la marcha ya podía considerarse libre. Los otros grupos que se habían marchado antes o después que ellos y que tomaron caminos distintos, siguieron en camino hasta llegar a estaciones de trenes que los llevaron a otros campos de concentración en Alemania, otros en cambio se dirigían a Wodzisław Śląski, allí mismo en Polonia.

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Hanna no pudo marcharse al día siguiente, debido a que Sarah y Ruth presentaron fiebre alta a causa de las heridas de bala que les provocaron los guardianes, no podía dejarlas así después de que la habían ayudado, tenía que ser útil en lo que pudiera... desafortunadamente en esa casa que les servía de refugio, no habían demasiados recursos con los que pudieran trabajar, por lo tanto tuvieron que usar algunos lienzos como vendas, y después Hanna en compañía de Eva y Hadassa, salió en la búsqueda de algún arroyo o río, fue así como después de caminar unos cinco minutos, afortunadamente encontraron una casa con un pozo repleto de agua. Cuando revisaron el interior de la vivienda descubrieron gasas, alcohol, cinta adhesiva quirúrgica y hasta un poco de kerosene que más tarde usaron para la estufa de la casa donde se refugiaban.

Hanna estuvo con el grupo de mujeres unos nueve días refugiada en aquella casa abandonada del bosque, mientras servía de apoyo para ellas. La doctora Herzog, con ayuda de todas, logró extraer la bala del hombro de Ruth, pero lamentablemente no pudo hacer mucho por Sarah, pues la mujer estaba herida en el abdomen, murió tres días después de la operación por no tener antibióticos con los que pudieran combatir la infección. Ruth presentó fiebres altas por tres días más, pero afortunadamente su organismo era más fuerte y su herida menos seria, así que logró sobrevivir.

Entonces Hanna y las demás se pusieron a trabajar con las herramientas que encontraron en el cobertizo junto a la casa, y lograron así cavar un hoyo lo bastante profundo como para enterrar a la pobre que murió.

Cuando Ruth estuvo en mejores condiciones y el grupo incluso se preparaba para continuar el camino, la joven alemana se despidió y reanudó la marcha de regreso al campo de concentración. Las mujeres la despidieron con pesar, pensando que seguramente se dirigía a una muerte segura, y tal como estaban las cosas cerca de Auschwitz, todo parecía indicar que así era.

A esas alturas la artillería se escuchaba todavía más cerca, tanto que Hanna tuvo que refugiarse todavía más en el bosque, pero a pocos metros se encontró de frente con un escuadrón de soldados que hacía esfuerzos por avanzar...

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Pixabay Autor: janeb13

Un par de explosiones dejaron en jaque a varios de ellos, y Hanna sintió que alguien la jalaba con fuerza para evitarle el avance.

—¿Qué hace aquí? —dijo con tono de sorpresa el hombre que la había jalado hacia él—. El lugar está lleno de minas.

Posteriormente gritó ordenes a los que estaban al frente.

—¡Retírense de ahí! ¡Es obvio que hay minas! ¡Preparen las granadas!

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Pixabay Autor: WikiImages

Hanna estaba aterrada, de un momento a otro se encontró en medio de una batalla, pero a pesar del miedo y aunque no entendía una sola palabra de lo que esos soldados hablaban a su alrededor, ese idioma le resultó familiar...

El hombre que le había impedido el avance, esta vez la arrojó al suelo en el justo instante en el que una ráfaga de disparos del lado enemigo impactó contra un grupo de arboles detrás de ella...

—Parece ser una prisionera, tiene el cabello corto como todos los que hemos encontrado en el camino —dijo otro de los soldados junto al que acababa de rescatarla.

Sí, ¡Claro! Era ruso... ese idioma era ruso... ellos debían ser los soviéticos... ¿acaso venían a destruir el campo? —pensó Hanna, y en ese momento una explosión que provocó un ligero temblor la puso nerviosa...

—¿Es usted polaca? —preguntó el hombre que la había rescatado, hablando en un precario polaco.

Hanna lo miró con desconcierto.

—¿Es alemana? —preguntó esta vez usando el idioma de ella, pero con un marcado acento ruso. Hanna asintió enseguida.

—No se preocupe, señorita —dijo el militar—. Soy Bogdan Alexei Kuznetsov, fiel soldado de la 332° división de la infantería del Ejército Rojo, y líder de esta tropa.

—Mi nombre es Hanna Müller, e intento llegar al campo donde está mi familia pero ustedes... lo están atacando —se presentó la joven temblando, con la voz trémula.

—Escúcheme... cálmese —dijo el militar llevándola hasta un lugar más seguro.

Otra explosión a lo lejos, mucho más potente que las que provocaron las minas, pero también mucho más lejana, intensificó los nervios de la mujer.

—No vinimos a atacar el campo, sino a los fascistas que lo defienden. Al principio no planeábamos venir aquí ya que ni siquiera conocíamos la existencia del lugar, nos dirigíamos al oeste, persiguiendo a los alemanes, entonces encontramos en el camino a un grupo de prisioneros que se desplazaba a la deriva, sin custodia, ellos nos hablaron de este lugar.

—Pero esas explosiones...

—Los nazis minaron esta parte del bosque, por eso le evité el avance...

—Pero ¿y eso? Suena como...

—Sí, estamos atacando la fábrica de caucho... nos informaron que el campo fue evacuado previamente —respondió el militar.

—No del todo... queda gente ahí —informó Hanna—. No sé si en Monowitz donde está la fábrica de caucho pero, sí en Birkenau y en Auschwitz I...

—¿Está segura?

—Al menos hace como diez días que salí del campo todavía había prisioneros ahí.

—¿Y entonces por qué regresó?

—Porque necesitaba encontrar a mi familia, fui secuestrada por Dedrick Schneider, Comandante del campo. El día que huyó también me llevaba con él, pero salté del auto en movimiento y estuve refugiada con otras prisioneras en una casa a kilómetros de aquí.

Por seguridad, Hanna fue resguardada en un auto blindado, pero poco a poco las ráfagas de disparos cada vez eran menos frecuentes, y también las explosiones, hasta que la débil resistencia nazi fue sofocada del todo, permitiéndole a los soviéticos abrirse camino hasta el campo de concentración.

Cuando el lugar ya no representaba un peligro para ella, el líder de la operación fue a buscarla para llevarla al interior del campo.

Muchos prisioneros se acercaban dudosos al portón donde imperaba la irónica frase de bienvenida: Arbeit Macht Frei (El trabajo los hará libres) mientras los soviéticos retiraban las cadenas del portón.

—¡Son libres! —dijo en alemán el líder de la operación con lágrimas en los ojos.

En ese momento uno de los prisioneros cercanos dejó escapar un grito de júbilo y transmitió el mensaje en polaco a sus compañeros que lo miraron con asombro.

—Este campo queda declarado libre a partir de ahora por el ejército Rojo —declaró Kuznetzov.

Los prisioneros entonces se abrazaron entre sí, algunos riendo y otros llorando de felicidad.

Los prisioneros entonces se abrazaron entre sí, algunos riendo y otros llorando de felicidad.

—¡Somos libres! —se escucharon voces en polaco, alemán, ruso, francés y muchos otros idiomas.

Algunos prisioneros se lanzaron agradecidos a besar las manos de sus liberadores.

—¡Despliéguense por el lugar! —ordenó Kuznetsov a su tropa—, necesitamos ver en qué condiciones están todos, probablemente necesitaremos ayuda de la cruz roja. Busquen los planos del campo para revisar todas las secciones.

—El lugar es enorme, tres campos en uno —dijo Hanna y luego añadió—. La casa donde estuve retenida es la del comandante, unas calles hacia allá, ese otro edificio es la administración, probablemente allí encuentren los planos.

—Muchas gracias por la información.

Los soviéticos quedaron asombrados también con las pilas de cadáveres que estaban por todos lados, pero sobre todo con el nauseabundo hedor a muerte, y también con las cenizas que caían del cielo para confundirse con la nieve.

Un grupo de soldados nazis fue sacado a empujones de algunas casas y otros edificios, también de las garitas de vigilancia.

—Necesito ir a ver si consigo a mi familia —dijo Hanna, Kuznetsov asintió.

Hanna corrió hacia el bloque diez de Mengele para ir a ver si los gemelos todavía estaban en ese lugar, pero se llevó una gran sorpresa al descubrir que no solamente ellos continuaban allí, sino que además los acompañaban Noah, Joseph y...

—¡Benjamin! —exclamó impresionada.

Él estaba ahí, no era ninguna visión, estaba parado junto a su padre mientras le devolvía la mirada llena de asombro.

—No puede ser pero... ¿cómo? —dijo la muchacha entre sollozos.

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